El reclamo del toro resiste las censuras

El toro también es catalán, y barcelonés, como lo atestiguan las representaciones del animal que aparecen por doquier en la ciudad que se declaró antitaurina.

 

Hasta el propio consistorio que se pronunció contra la fiesta comercia con figuras taurinas en su tienda de recuerdos

Barcelona cuenta con numerosos locales de ambiente taurino. Uno de ellos forma parte de los atractivos de la Vila Olímpica

Joaquim Roglan - 15/08/2004

Acorralado por campañas antitaurinas y por la promoción de otros animales que aspiran a destronarle como tótem simbólico, el rastro del toro permanece en los rincones de la vida cotidiana y en el imaginario colectivo de catalanes y forasteros. La sombra del toro es tan constante, que hasta el mismo consistorio que declaró a Barcelona ciudad antitaurina comercia con figuras y siluetas de astados en la tienda de recuerdos de la Oficina d'Informació del Ayuntamiento de Barcelona y en las tiendas del Institut de Cultura y Museu d'Història de la Ciutat, por ejemplo. Cerca de esos centros de negocio municipal, compite el establecimiento de imaginería religiosa del Museu Diocesà de Barcelona, que depende del obispado y también expende cuadros taurinos entre figuras de vírgenes y santos.

Además de en lugares tan ejemplares, el toro sigue siendo el objeto de deseo más buscado por los turistas que exploran unos grandes almacenes de la barcelonesa plaza de Catalunya. Allí, el vistoso espacio dedicado a mercadotecnia del Fòrum está casi desierto de compradores, mientras la superficie destinada a souvenirs típicos rebosa clientela que adquiere variopintos objetos con la estampa del toro como principal recuerdo y reclamo. Buscar en ese lugar el asno catalán surgido de Banyoles o el gato reivindicativo aparecido en Lleida es como hallar una aguja en el fondo del último estante. A tan oculto rincón no han llegado todavía la vaca diferencial gallega ni el camello dibujado por magrebíes que viven, trabajan y consumen en Catalunya.

Los toros amontonados en esos grandes almacenes parecen de la misma manada que desborda los escaparates de los bazares regentados por comerciantes asiáticos en la Rambla. O de la misma ganadería que se asoma por las estanterías de las gasolineras en toda Catalunya. Se trata de figuras y testuces de astados de todos los tamaños, de toda clase de materiales, e incrustados en platos, tazas, dedales, ceniceros, llaveros, vajillas, camisetas, castañuelas, panderetas o botellas.

Desde un kitsch que sublima el sadomasoquismo estético, hasta la última tendencia del diseño fashion, el toro triunfa en los comercios del ramo. Típica muestra son esas botellas de “sangría española” con forma de asta y tapón con cabeza de res de lidia, así como una garrafa de vidrio verde que es toro de cuerpo entero y se rellena por el rabo. Ambas especies proceden de unas bodegas de Teià.

Además de los toros pintados por Picasso que cuelgan en el museo homónimo, la estatua del toro pensante esculpida por Josep Granyer en la Rambla Catalunya de Barcelona incita a reflexionar sobre una frase de grupos antitaurinos que navega por internet: “La tortura no es arte ni cultura”. Pero tal vez es diseño, según se puede comprobar entre cientos de modelos de camisetas estampadas con toros que ofrece la tienda Recuerdos de Barcelona, casi al lado del Palau de la Generalitat. Los diseños más posmodernos y un toro de goma anti estrés se venden en las vecinas tiendas del propio Ayuntamiento de Barcelona.

Como no sólo de imágenes viven los aficionados a la tauromaquia y sus detractores, en el mercado más universal de Catalunya, la Boqueria, parada 142, se sirve carne de lidia entre carteles de corridas de toros en la Monumental. Son carteles parecidos a los que anuncian las corridas de cada verano en Lloret de Mar. En ambos cosos se puede contemplar a turistas italianos que recuperan su memoria de pan y circo a base de gritar “¡toro, mátalo!” cuando sale el torero. Algo parecido a lo que insinúa otro lema que navega por la red virtual antitaurina: “Islero, Avispao, Burlero... la lucha continúa”, en clara referencia a algunos astados que pusieron fin a la carrera de históricos diestros.

No son historias para contar en ninguno de los más célebres y típicos bares y restaurantes de ambiente taurino que acoge Barcelona y que aparecen en las guías turísticas de la ciudad antitaurina. Media docena son casi de lujo, y uno forma parte de los atractivos de la Vila Olímpica. Otra docena de tascas y tabernas sobreviven entre los últimos restos del Barrio Chino. En todas ellas, fotografías, carteles, indumentaria torera, cabezas de toro por doquier y hasta rabos y orejas tan disecadas como los de cualquier museo de historia natural. En sus menús hay desde el rabo estofado hasta las criadillas al perejil, ya que nada del toro sale barato y todo se aprovecha.

Lo saben bien las 18 peñas, clubes y círculos taurinos registrados en Catalunya, la mayoría con sede en Barcelona y su área metropolitana. En sus locales, la figura del toro es omnipresente. Como lo es en 23 de los 26 municipios de las comarcas del Montsià y del Baix Ebre, donde cada verano celebran festejos populares con toros y vaquillas como protagonistas de los actos, además de los reglamentos y de las controversias con las autoridades y con las entidades protectoras de animales. En definitiva, que mientras una protectora de animales de Tarragona solicita una bula de excomunión para los toreros, más de 2.000 reses se crían, viven y colean por esos paisajes típicos del Ebro.

Otro paraje ya clásico del mundo del toro se halla en El Bruc, comarca del Anoia. Es el punto donde comenzó la larga batalla contra el mítico toro de Osborne. Allí yacen cuatro patas huérfanas y descuartizadas, que son los últimos y únicos vestigios de aquellos ejemplares metálicos que poblaron Catalunya. No obstante, asegura la empresa propietaria del astado que el próximo otoño será restaurado y renacerá de su chatarra.

A favor o en contra, la imagen del toro sobrevive, crece y evoluciona incluso gracias a sus enemigos. Es el caso de unas camisetas ingeniadas en Banyoles, donde estampan a un típico burro catalán que monta a un típico toro bravo. La réplica inmediata ha sido una camiseta con la posición de ambos animales invertida. No menos curioso resulta que media docena de las más prestigiosas ONG y entidades humanitarias que operan en Catalunya obtengan fondos o se promocionen mediante espectáculos taurinos, como es el caso de la que alquila almohadillas en las plazas de toros.

Mientras la lucha a favor y en contra del toro y de lo que significa continúa, el libre mercado permite escuchar la canción de Albert Pla que dice “Papa, jo vull ser torero... i el toro va passar i li va arrancar els...” y brindar a la vez con Sangre de Toro, que es un vino del Penedès.

 

La Vanguardia, 15 de agosto de 2004

 

 

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